El  primer ejemplo de presunción es uno de los más tristes de las  Escrituras. Dos  hijos de Aarón y sobrinos de Moisés, Nadab y Abiú,  habían sido escogidos como  sacerdotes. Habían tenido el privilegio de  estar en el monte Sinaí cuando Dios  ratificó el pacto con Israel (Éxodo  24:1). Se les enseñó la tarea que debían  hacer en el santuario.
Aarón y  sus hijos habían sido consagrados al sacerdocio por el  ungimiento con aceite y  los sacrificios de sangre. Aarón había  bendecido al pueblo de Israel. La gloria  de Dios había aparecido  cuando el fuego consumió el sacrificio. Llenos de  temor reverente por  esta evidencia de la gloria de Dios, alabaron a Dios y se  postraron  ante su magnifícente presencia. Los elevados privilegios conllevan   elevadas responsabilidades. Estos hombres habían sido bien instruidos;   conocían las reglas. Pero, presumieron al pensar que sus altos  privilegios les  permitían tener ciertas libertades. El registro  permite entrever que bebieron  demasiado de una bebida embriagante, que  limitó su capacidad para tomar  decisiones correctas (Levítico  10:8-11). Por ello, en vez de usar el fuego del  altar del holocausto  para sus incensarios, como Dios había ordenado, pensaron  que el fuego  común sería lo mismo. La Escritura dice, sencillamente: "Y  salió fuego  de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de  Jehová"  (versículo 2).

¡Qué tragedia!  Dios, ¿fue demasiado severo? ¿Qué hubiera sucedido si  pasaba por alto este incidente?  Dios es demasiado santo y justo como  para permitir que los seres humanos  ignoren sus instrucciones  específicas. Su pueblo tiene que aprender que la presunción  es un  pecado terrible; que quienes dirigen la adoración deben evitarla   especialmente.
Algunos  alegarán que Dios fue demasiado severo, que debería haberles  dado otra  oportunidad a estos hombres. Pero Dios había especificado a  Moisés y a los líderes  que todo lo que estaba relacionado con el  servicio de Dios debía ser efectuado  de acuerdo con el modelo que se  les había otorgado. Nada había de hacerse de  una manera descuidada o  caprichosa. Noten el mensaje que el Señor envió, por  medio de Moisés, a  Aarón después del incidente: "En los que a mí se  acercan me  santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado"   (versículo 3).
Dios  mismo había encendido el fuego del altar del holocausto, y no  debía haber  sustitutos. El fuego representa el Espíritu Santo. El  enemigo se deleita en  remplazar al Espíritu de Dios en los corazones  humanos con su propio espíritu  rebelde. Es peligroso pensar que podemos  crear nuestro propio poder de adorar  cuando Dios ha dado instrucciones  específicas de que solo puede aceptar una adoración  que sea inspirada  por su Espíritu Santo y consistente con él. Dios quería  enseñar a  Israel que debían acercarse a él con reverencia y temor respetuoso.  El  profeta Isaías más tarde dijo: "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y   a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas  luz!"  (Isaías 5:20).
No  obstante, hay un movimiento religioso popular que acepta como  apropiado para  la adoración cualquier cosa que apele al corazón carnal.  Esta idea se basa en  la suposición de que no hay diferencia entre lo  secular y lo sagrado, entre lo  profano y lo santo. 
  
Nuestro  maravilloso y santo Dios merece nuestro honor, nuestra  reverencia, y nuestra  devoción a fin de adorarlo a él, que es digno de  lo mejor que tenemos.